jueves, 21 de agosto de 2008

Vila-Matas y los escritores del aire

A mi siempre me dio pudor escribir y mucho más declarar que lo hacía.

Al final, no lo he podido evitar, aunque sigo envolviendo mis intenciones creadoras consciente o inconscientemente, ya no lo sé, con un aura de misterio y contradicción, que en realidad no son más que incertidumbre e insatisfacción continua a partes iguales.

Admiro y envidio a quien escribe con alegría e inconsciencia, como yo cuando era niña y escribía todo lo que me ocurría o se me pasaba por la cabeza.
No juzgaba si era interesante o no entonces.

No me influían los autores de los libros que leía o los estilos literarios.

Era feliz y virgen.

Ni por una remota casualidad se me ocurría pensar que aquello que yo consideraba lo suficientemente trascendente para traspasarlo al papel podría no interesarle a nadie.

No estaba aún tan desamparada como para necesitar que me leyera alguien, y aunque el afán exhibicionista ya vivía dentro de mí no afectaba a las palabras que dibujaba.
Cuando empecé a leer más y mejor, dejé de escribir durante un tiempo.

Decir que comencé a leer mejor quizás no es del todo correcto. Digamos que comencé un proceso de enculturación.

Y decir que durante un periodo de tiempo dejé de escribir no es del todo cierto. Digamos que me convertí en una escritora del aire.

El término me lo autoimpuse años después, al intentar hacerles comprender a algunos allegados que yo nunca dejé de escribir en realidad, aunque no constara ni una prueba material de las historietas que se me pasaron por la cabeza en aquel periodo.

A mi amiga Ana le he contado alguna vez y nos hemos reído mucho imaginándome, que había días en los que me levantaba con letras en la lengua y formaba frases, versos, que durante el día iba plasmando y almacenando en algún lugar recóndito de mi cabecita sin pasarlos al papel jamás.

No me sentía ni bien ni mal al hacer ésto.

Es verdad que a ratos me sobrevenía un vacío extraño, una impotencia amarga en las manos y en el paladar, y entonces me sentaba al teclado y me quedaba más tranquila al comprobar que seguía sin poder hacer la trasfusión de ideas del aire que me servía de pergamino fantasmal al papel provechoso.

Sí, se podría decir que viví un período de inmovilidad y bloqueo creador.

Pero tampoco quería escribir, no era agonizante no hacerlo.

Y aunque sea una paradoja, cada vez estoy más convencida de que tampoco sería justo decir que dejé de ser escritora entonces.

Porque yo me las arreglaba para dejar escapar las historias aladas de su escondite.

Me hice literata-contable y sustraía y sumaba las palabras en mi vida cotidiana según me convenía.

Cambiaba los finales de las anécdotas reales, decía haber visto escenas callejeras que nunca habían sucedido,e incluso sospecho que llegué a declamar poemarios varios en según que conversaciones al teléfono.

Hace años que dejé de hacerlo, y aún lo echo de menos.

No debería. Al fin y al cabo, volví a escribir.

De un tiempo a esta parte me siento a la mesa y escribo; bien, muy mal, pero escribo. Cada fuente que surge de mi, tiene su correspondiente depósito testimonial.

Algunas veces me permito retomar mis personajes volanderos y mis recitales ocasionales, porque de alguna forma lo sigo necesitando, pero ya no es lo mismo.

Hay quien pensará al leer todo ésto que volver a escribir me devolvió la salud mental.,y puede que tenga razón, pero la verdad es que no era nada esquizofrénico, al contrario.

A veces me veía como esas abuelas aldeanas,que trajinando en la cocina cuentan y descuentan cotilleos e historietas varias, actuales o antiquísimas, cambiando, inventando y exagerando lo que les apetece.




Me acuerdo y me ocupo ahora de toda esta paranoia palabreresca porque me está encantando "Bartleby y compañía",de Enrique Vila-Matas.



El libro habla de los que dejan de escribir e indaga en los motivos de cada uno para preferir no hacerlo.
Los bartlebys toman su nombre del escribiente Bartleby, el oficinista del relato de Herman Melville, ese que cuando se le ordenaba o se le pedía algo, contestaba inamovible: "Preferiría no hacerlo".
En el libro se habla del mal endémico de las letras contemporáneas, de la pulsión negativa o de la atracción por la nada.El autor expone muchisimos ejemplos de escribientes acusados por el mal del No.
A mi me molan estos no-autores:

Clément Cadou, decidió dedicar toda su vida a la idea de olvidarse de que una vez quiso ser escritor.Para llevar a cabo su idea, encontró una extraña salida: considerarse un mueble.A partir de los diecisiete años, (edad en la que decidió dejar de escribir) comenzó una actividad artística frenéticaque consistió en pintar muebles.Pintaba cuadros de muebles y los titulaba "Autorretrato".

Cuando alguien le recordaba que una vez, de jóven, quiso ser escritor, él se excudaba diciendo:"Es que me siento un mueble, y los muebles, que yo sepa, no escriben"
Hay un estudio sobre Cadou de Georges Perec, del año 1973, titulado "Retrato del autor visto como un mueble, siempre."

Jules Renard se decía para alentarse a la no-escritura:
"No serás nada. Por más que hagas, no serás nada. Comprendes a los mejores poetas, a los prosistas mas profundos, pero aunque digan que comprender es igualar, serás tan comparable a ellos como un ínfimo enano puede compararse con gigantes (...) No serás nada. Llora, grita, agárrate la cabeza con las dos manos, espera, desespera,reanuda la tarea, empuja la roca. No serás nada"

Arthur Cabran decía que era sobrino de Oscar Wilde, y excepto cinco números de la revista Maintenant de París, nohizo nada más en su vida.Su marcha a México y posterior desaparición fue su coartada para la negación de la escritura, pero también una huidanecesaria después de su falta de diplomacia para con Apollinaire en sus últimas palabras en Maintenant:


"Aunque no tema el sable de Apollinaire, dado que mi amor propio es muy escaso, estoy dispuesto a hacer todas las rectificaciones del mundo, y a declarar que, contrariamente a lo que pudiera haber dejado entrever en mi artículo,el señor Apollinaire no es judío, sino católico romano. Con el fin de evitar posibles malentendidos futuros, deseo añadir que dicho señor tiene una gran barriga, que su aspecto exterior se acerca más al de un rinoceronte que al de una jirafa (...). Deseo rectificar también una frase que podría dar lugar a equívocos. Cuando digo, hablando de Marie Laurencin, que es alguien que necesitaría que le levantaran las faldas y que le metieran una gran.....en cierta parte quiero en realidad decir que Marie Laurencin es alguien que necesitaría que le levantaran las faldas y le metieran una gran astronomía en su teatro de variedades".




Pero lo que más me gusta de las ideas de Vila-Matas es la teoría de que los libros que no se han escrito nunca no son ideas perdidas de holgazanes o enfermos mentales, sino que son obras maestras que quedan en suspensión en la literatura universal, como todos los libros de la biblioteca de Alonso Quijano o los tratados filosóficos de la biblioteca submarina del capitan Nemo.


En cierta forma, consuela.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

escribes de puta madre guapa

Unknown dijo...

Suscribo el comentario de anónimo. Por cierto, anónimo, tú también escribes de puta madre. me encantó el Lazarillo. Por otra parte, juraría que se llamaba Cravan (y no Cabran) uno de los no-escritores. Hay un docu: Cravan vs. cravan sobre su paso por Barcelona como boxeador donde (creo) le molieron a hostias.

Me ha encantao el post.

Beso

Anónimo dijo...

Sigue escribiendo!!yo te seguiré leyendo por el Sur!

muaa

Campanilla