lunes, 15 de septiembre de 2008

Andrés Trapiello

EN PRIMERA PERSONA
Del yo pienso al uno piensa.


El yo, literariamente hablando, es una abstracción, quizá como la música. Lo forman muchas notas y tiene un desarrollo lineal en el tiempo que lo hace sumamente complejo. Cada uno de nosotros nos interpretamos y vamos dándole a nuestra vida los sucesivos movimientos, los andante, los lento, los forte, los pianissimo, si bien no siempre solemos ser conscientes en el momento si lo que vivimos es un violento y apoteósico forte o un muy débil y apagado pianísimo, ya que el tiempo se encarga de desmentir nuestras primeras impresiones. Por otro lado, el hecho de que el yo tenga ese desarrollo lineal hace que a medida que se va manifestando, se va perdiendo, y deja tras de sí, en el aire, una estela de sonidos, o más exactamente, una estela de ecos y de sombras.
Quizá por esa relación que tiene el yo con la música es por lo que reputamos a algunos yo como estridentes, o sordos, o melodiosos, o armónicos, o silenciosos, o apoteósicos y sinfónicos..., pues, y esa es otra de las características del yo, éste es perfectamente audible para los demás, por lo mismo que suele ser mudo para nosotros. De todos los escritores que a menudo se han apoyado en su propio yo para escribir una parte fundamental de su obra, quizá sea Stendhal, un hombre al que sólo la música hacía llorar, el que cuenta más con las simpatías de uno, quizá porque sea respetuoso para con la única ley que el yo exige a quien recurre a él para expresar todo lo que queda fuera de su propio ámbito: la sinceridad.
En muchas ocasiones se ha hecho burla de la sinceridad, tanto o más que de las buenas intenciones, sobre todo por esos perros viejos que suelen ser los literatos resabiados de todas las preceptivas. Y sin embargo no hay ni una sola gran obra que no haya sido escrita con una escrupulosa sinceridad.
El hecho de que a menudo queramos tallar el yo como si fuese un diamante, sacando de él el mayor número de facetas a fin de que la luz del día saque de nosotros muy combinadas y sorprendentes irisaciones, ha hecho que muchos escritores hayan enloquecido, mostrándose en mucho más de lo que son, o en mucho menos, o de una manera oblicua, pues la locura, como se sabe, no sólo crece en una dirección, como las raíces pivotantes. En la literatura es frecuente esa locura de darle al yo un protagonismo que no merecía, porque se le da para que el yo amañe la realidad y se travista.
Por eso el caso de Stendhal es tan extraordinario. Puede engañarse, puede estar equivocado, pero, por un lado, no miente jamás y, por otro, no utiliza nunca el yo para magnificarse, sino para mirar el mundo. Hay quienes utilizan el yo para observarse, estudiarse, comprenderse, compadecerse o, en el caso de los más tontos, hincharse. Son todos aquellos que se estudian por encontrarse genuinos y susceptibles de convertirse en paradigmas de algo. No es el caso de Stendhal. En él el yo no es más que un utilísimo instrumento de observación, como un catalejo para traer más cerca las cosas lejanas. Es muy probable que uno, en la vida, no pueda renunciar del todo al carácter con el que llegó a este mundo, pero desde luego puede y debe formarse su propio yo, como aquel Spinoza que pulía lentes.
Dicho esto, el yo acaba siempre por teñirse del carácter y la personalidad de su dueño. El español es la única lengua en la que se utiliza, en sustitución del yo, el adjetivo indeterminado uno con valor pronominal, uno piensa, uno cree, a uno le parece... Es un paso más hacia la abstracción completa del yo, la manera de borrarlo por completo, aunque no para anularlo, sino para que la melodía de la vida se deje oír por sí sola, y de ahí que en el fondo de esa expresión percibamos siempre como el deje melancólico y sentimental de toda pérdida. Es el tono Stendhal; el tono Solana o el tono Baroja, entre nosotros. Hombres de un egotismo exagerado, pero que precisamente combatieron, en ellos o en sus contemporáneos, cualquier forma de egolatría, a la que, por otra parte, la literatura y los literatos son tan aficionados.




(Publicado en "La litera", boletín de información bibliográfica)

No hay comentarios: