martes, 30 de septiembre de 2008

PIRUETAS EN DEHORS. RUTINAS OBSESIVAS (TABLA DE EJERCICIOS DE VASLAV NIJINSKY)



Danzaré todo lo que desee.
Voy a danzar y a sangrar
como un pétalo de los Urales
sobre la madera del Mariinski.

Voy a abusar de vuestra confianza
de nuevo,
voy a dejar otra vez
que me recojáis en el alba.
En el alba de todos los días siguientes


a mi destrucción.


Voy a abusar de mi condición
de adiestrador de huesos
y me entregaré hasta el límite de la cordura.
De la ternura del frío.

Ya no tiemblo.
Ahora que quisiera sentir
zarpazos de viento helado en la cara
ya no los siento.

(Aunque me muera a ratos
sé que las resurrecciones siempre que se deseen
acaban por llegar).

Y yo no quiero resucitar.
No puedo.

La resurrección es un proceso
sin ángulos,
ni curvas.
Y yo ando inmerso en un decálogo
de contradicciones
espirales.


A veces
querría
componer otra marcha.
Buscar al menos una diagonal.

Pero ya no bailo con llaves diminutas en el pelo,
y nadie me oye danzar en el laberinto de mis obsesiones.
Por eso nadie puede salvarme de veras.


Cien pasos zambos de colibrí.

Y otros cien más.

Intermitencia de vuelos unidireccionales.
Viejos halcones rojos derrumbándose en la estratosfera.

¿Cómo se pueden rasgar las maderas del Mariinski
a golpe de destino?

Nadie lo hizo antes.
Ni siquiera Vaganova en su afán
de perfeccionismo rutinario.

Oigo la música en mi cintura.
Es un hilo muy fino,
casi inexistente,
que turba la razón
y me deja sin aliento
al hacerse
más pequeño.

Describe en órbita


círculos concéntricos


que dejan cortes en la piel
de mis costillas
y un poco más abajo,
sobre la cuna tierna de antiguos besos,
sobre la tierra del membrillo.

Y si se aferra el hilo
me recojo hacia dentro
y si se afloja el hilo
me despliego con fuerza,
a velocidad de satélite,
formando un compás con mis piernas abiertas.
Y de nuevo
no evito
trazar áreas de angustia en la niebla
en cuyo núcleo me acurruco
a soñar contigo cada noche.


(Danzo con dos cuchillos
atados a los pulgares.
El metal dibuja en la gasa del frío
lo que no perfila la tinta que sustituye espacios).


Véis ahora
que no he dejado ni un solo día
de llorar acompasado,
de recorrer sin descanso surcos
de coreografías antiguas
que yo mismo excavé.

Da igual lo que dijera.
Os he mentido.

Y ya hace tanto que me perdí
que da igual que se quiebre la madera
y que se quiebren mis pies.