jueves, 12 de febrero de 2009

Ana y Clara leen poemas

El miércoles no pude estar en la presentación de Sólo para la noche y lo lamento muchísimo. Ha sido como perderme la culminación de una obra que he visto nacer desde el principio.

No quiero hacerle la pelota, porque no lo necesita. Tampoco quiero hacerme la amiguísima, porque no va conmigo. Nadie tiene que contarme la crónica de la tarde del miércoles, porque me la imagino.

Ella dice que no hay que exagerar, que sus poemas no son malos pero tampoco alcanzan todavía la brillantez. Y tiene razón. Pero la alcanzarán.

A Ana la conocí hace unos años. Yo trabajaba en un sindicato y una de las labores que desempeñé consistió en montar un grupo de actores que apoyara con sus performances las actividades más destacadas del sindicato durante el calendario.

Llegó a mí junto con un grupo de gente cojonuda con el que aún mantenemos el contacto.

Entonces ya era rubia, pero llevaba el pelo muy largo y rizado y en el primer golpe de vista me pareció una gotika encantadora y dulce que asentía ilusionada a todo lo que le explicaba.

Tiempo después me confesó que aquel día se enamoró de mí. "No en sentido carnal, ya me entiendes. Pero me pareciste guapísima y me encantó tu forma de mover las manos al hablar".

La verdad es que ni siquiera algún noviete me había hablado así antes y me cayó bien desde el principio. Además entendí muy bien esa forma suya de enamorarse de la belleza de las mujeres.

Recuerdo con mucho cariño el día que trajo a una de las reuniones del grupo una obrita de teatro escrita por ella y otro compañero. "Me avergüenzo de mi hija", me dijo, refiriéndose al texto. Aún la tengo guardada por ahí, como tengo guardado el primer mail que la puso en contacto conmigo.

Pero me costó un poco más que a ella quererla de la misma forma. Supongo que por defecto de fábrica desconfío de quien me piropea de primeras. (Algo que con el paso del tiempo descubrí que también le pasa a Ana).


Un día le pedí ayuda para una exposición fotográfica. Entre las dos teníamos que poner un título más o menos artístico a las fotografías. Vino a la oficina en la que trabajaba con carita de susto. Me pareció que yo le imponía y me dio la risa. Para hacerle reír a ella le enseñé el traje con el que tenía que actuar en unos meses en el Principal. La cara de susto creció. "Eres muy valiente", me dijo muy seria. Y entonces ví en ella, en su expresión, en sus palabras, un deje de verdad amarga que me resulto muy familiar. Una máscara mal construida con la que esconder a duras penas una vulnerabilidad seductora y desesperante a partes iguales. Pensé, alarmada por mi cursilería, que quizás las almas se puedan calcar, como quien utiliza papel de cebolla para copiar un dibujo.

Supongo que ese día empecé a quererla, a verme reflejada en ella. Si no, no se explica que comenzara a mandarle todas las mañanas a eso de las ocho, emails larguísimos en los que le contaba mi vida y milagros. Ella se animó enseguida y durante mucho tiempo el mail mañanero de Ana me animó las jornadas laborales.

Un día me dijo, sin venir a cuento: "Tú escribes, ¿verdad?". No le pregunté cómo lo sabía. Sólo le dije algo así como: "No. Sí. Eh...No lo sé." Quiso que le pasara algunos textos. Le mandé unos poemas malos y quinceaños.

"Tú me has engañado. Yo pensaba que eras actriz, no escritora", me dijo alegre. Y me embolicó para salir publicada con ella en la antología del Parque, una de las cosas más bonitas que me han pasado hasta ahora.

Pero que seamos muchas veces el reflejo de la otra no quiere decir que seamos iguales. Cuando volví a escribir, animada por ella, me di cuenta de nuestras diferencias. Ella es metódica, práctica, a la hora de escribir. Yo soy visceral e impulsiva. Ella vive por y para la creación poética. Yo intento vivir sin tambalearme demasiado y escribir aquello que me molesta por dentro. Cuando vomito algo sobre el papel, la llamo:

"Tengo aquí delante una potada. ¿Quedamos para cotillear y de paso le echamos un vistazo?".

En cualquier caso, corregir poemas con ella puede que sea una de las cosas más divertidas que he hecho en mi vida. Con el tiempo hemos desarrollado una serie de sentencias propias que aplicamos siempre a los versos.

"Esto es muy llueve panteras; esto debe tener un sinónimo mejor; si hay aliteración, vale".

De Ana he aprendido mucho y espero seguir haciéndolo. Ella se empeña en decirme lo mucho que me admira como escritora, y me gustaría que siempre fuera así. Me encantaría tenerla siempre cerca para hacernos mayores en todos los aspectos.

En resumen, debeis saber que Ana Muñoz tiene un libro precioso.

Y yo soy tan afortunada que tuve la suerte de leerlo en ella mucho antes de que se publicara.