Que el teclado fueran varios pisos húmedos a mi me horrorizaba. Despegaba las teclas con asco y ansia. Pegadas unas a otras, no lograba llegar a todas las notas sólo con mis dedos. El número de teclas se había multiplicado al menos por tres y todas tenían el tacto del pan mojado.
El profesor no hacía nada por ayudarme. Para él la pesadilla era un milagro. A los virtuosos les fascinan las posibilidades enlazadas al infinito.
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