miércoles, 20 de mayo de 2009

Mi carnicero




Mi carnicero, Manolo, es un hombre de buen comer, un entendido en cocina. Nos hace hamburguesas personalizadas, las mejores del mundo para mi gusto. Lleva un enorme delantal blanco y es hipertenso. Tiene un puesto en el Mercado de San Vicente de Paúl. Su hermana, Anabel, también lleva delantal blanco. El mercado está cerrado por obras y la mayoría de los puestos se han trasladado provisionalmente al antiguo mercadillo de San Lorenzo, donde se sienten un poco constreñidos. Manolo me recomieda esto o lo otro. Un bajico de cordero con alcachofas y pataticas es un manjar, y todo te sale por unos tres euros. Los pequeños comerciantes del sector alimentario están recomendando, como medida suculenta contra la crisis, comer más en casa y perder algo de tiempo en la cocina. Pero no todo el mundo tiene ganas de guisotear, de hacer croquetas con la carne del cocido, o albóndigas con la carne que tu carnicero ha picado delante de ti mientras temías que se cogiera un dedo. Me gusta ver a Manolo cuando despieza un ternasco con machetazos certeros y delicados al mismo tiempo. No me importa esperar. Ni perder tiempo en la cocina, donde además he instalado el ordenador con el que escribo estas líneas. Le copié la idea (la de escribir en la mesa de la cocina) al escritor chileno Luis Sepúlveda. Decía que junto a los fogones, y sobre una vieja tabla donde se había amasado el pan de varias generaciones, era más fácil crear y creerse creador. El bajico de cordero se va haciendo a fuego lento. De vez en cuando lo remuevo con una cuchara de palo. Huele bien, un poco a vino rancio. Ahora que lo pienso, Sepúlveda y Manolo (mi carnicero) se dan un cierto aire, un aire familiar.



Columna de Cristina Grande aparecida hoy en el Heraldo de Aragón.

1 comentario:

rosa pocha dijo...

yo también estoy en la cocina