viernes, 5 de diciembre de 2008

Práxedes, el pintor de pasado escabroso

Práxedes se ha enamorado.


No es que nunca lo haya estado, pero ahora es diferente. Casi se podría decir que es la primera vez que es correspondido de igual forma. Pasan las semanas y su novia no decide salir corriendo de su lado, espantada por sus hábitos. A veces piensa que todo es un sueño. Que lo más probable es que mañana se despierte otra vez en su casa y vuelva al tándem petardo-carajillo frente a los bocetos de turno.


Al principio se arrepintió de haber llegado hasta aquí. Estaba muy borracho. En realidad estuvo borracho cuatro días seguidos.Se lo pasó de puta madre los dos primeros, de los dos segundos no se acuerda demasiado.


Luego no supo echarse atrás. No le dejaron. No tuvo cojones. Entre otras cosas, porque cuando entendió dónde se había metido estuvo en shock varias semanas. Nunca pensó que su alcoholismo le llevara tan lejos.


Después todo le hizo muchísima gracia y estuvo riéndose con sus amigos veinticuatro horas seguidas. Fue su último colocón. Recuerda que Alfonso no paraba de repetirle: "No me extraña, tío, no me extraña. Con el historial que tienes, pegas mogollón".


Y luego conoció a Sofía. Y no le gustó de primeras, pero a ella él sí. Cuando le confesó que él era el pintor de pasado escabroso, Sofía se pegó a el fascinada. Nunca se había sentido tan admirado y querido.


Y cayó. Cayó como un ceporro.


Sofía era como todas esas chicas que nunca le hicieron caso en su infancia y en su juventud. Y ahora reencarnadas una a una en Sofía le decían que sí, que sí, que por fin las había conquistado. Advirtió asombrado por primera vez el efecto que le provocaba aquel lugar.


Estos días lo que más le preocupa a Práxedes es no discutir demasiado. Desde el primer día no tragó ni a Ana, ni a Esther, pero se la sudaba bastante.


Ahora se lamenta por un par de cosas que dijo.


Teme que le tachen de machista, se pasó un poco. Celebraban un cumpleaños y después de dos meses sin probar ni una gota de alcohol había vuelto a beber. No es culpa suya. A cualquira se le puede ir la lengua yendo cocido y más si un par de harpías como esas te tocan las pelotas todo el día.


De un tiempo a esta parte sueña cada noche que la arrancan de su cama. A ella le hace gracia, lo comentan en el desayuno. A Práxedes le molesta un poco que su chica tenga tan poco pudor con los sentimientos: "Práxedes, es que si hablas tan bajo no te oigo...¿que tienes miedo a qué? Pero qué cosas tienes, Praxi..." dice gritando como una niña y salpicando la mesa con la leche de los cereales.


Sólo cuando se da cuenta de lo infantil que es Sofía piensa en su vida anterior. Se pregunta que pensarán sus amigos de todo ésto. De su chica, de su moreno reciente, de su nuevo gusto por preparar platos para diez y alimentar gallinas, de su sobriedad.


Es consciente de que cada vez que le diga algo tierno a Sofía habrá una canción cutre adornando las imágenes.


No tiene muy claro si sus amigos reirán o llorarán. No tiene claro si su vida anterior volverá a ser la suya cuando salga de allí.


Pero más que la opinión de sus colegas del alma o la muerte de la vida que siempre conoció, le preocupa ese monstruo que le está creciendo de higadillos para arriba en los últimos días.


Está casi seguro de lo que sucederá. Ha intentado negarselo a sí mismo y esforzarse. Ha intentado idear estrategias. Ha intentado aprovechar su sobriedad recién adquirida para exprimir al máximo sus intenciones maquiavélicas.


Pero ya es tarde. Si Sofía se hubiera interesado desde el primer día en él, hubiera comenzado mucho antes a fingir ser un tipo sanote y conciliador. Siempre fue intuitivo para las desgracias propias. Aunque no tiene muy claro que gota habrá sido la colmante del vaso mediático.Quizás alguien haya ido con el cuento de su intento de suicidio a alguna tertulia.

Y teme la decisión final, pero ya casi está preparado para afrontarla.


Como siempre en la vida de Práxedes, los malos augurios se han confirmado. Una voz en diferido acaba de escupirlo:


Práxedes es el sexto expulsado del Gran Hermano.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No me gusta el Gran Hermano... pero por contra me ha gustado mucho la historia, de verdad

Anónimo dijo...

Me encanta. Es una mezcla entre Dostoyevski, Kierkegaard y Popeye El Marino.

Clara dijo...

Gracias, Albertico. Pero no olvides que hay que ver el Gran Hermano, aunque sea muy de vez en cuando para entender la Historia de la Humanidad ;)


Y a ti ya te vale, maldito perro. SÉ QUIEN ERES, MAMÓN.
jajajajaaaj

Un besico!